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Desde mi espacio, me niego a aceptar esa lógica. No quiero un mundo donde todos
deban estar en guardia, donde las personas tengan que protegerse de los demás en
lugar de sentirse seguras a su lado. Prefiero un mundo en el que nuestras acciones
generen tranquilidad, en el que podamos depositar confianza sin miedo a ser
traicionados.
La solución no está en decirle a la gente que deje de confiar, sino en exigir que
quienes se aprovechan de esa confianza asuman su responsabilidad. No es
ingenuidad esperar que los demás actúen con respeto. Lo que es verdaderamente
injusto es justificar el abuso con el argumento de que “así es la vida”.
Si queremos un cambio real,
necesitamos dejar de señalar a las
víctimas y empezar a señalar a quienes
abusan. No minimizar los engaños, no
justificar la falta de ética, no ignorar los
daños. Nuestra responsabilidad es
promover la honestidad, no la
desconfianza. Porque sólo cuando
confiar en los demás deje de ser un
riesgo, podremos decir que vivimos en
una sociedad realmente justa.