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Esas conversaciones cotidianas, esos
comentarios aparentemente
pequeños, ese estar presente, sí hace
la diferencia. Porque la toma de
decisiones no se fortalece con
advertencias esporádicas, sino con
vínculos sólidos, con coherencia, con
escucha. Y es en esa cotidianidad
donde podemos sembrar criterios,
valores, conciencia.
También es importante hacerles ver que hay momentos en la vida en que, incluso
sin ser quienes toman la decisión, el resultado puede impactarlos profundamente.
A veces uno no está al volante, pero va en el asiento del copiloto. Y ahí también la
vida está en juego. Por eso necesitamos formar no sólo individuos responsables de
sí mismos, sino también capaces de influir positivamente en los demás, de alzar la
voz, de advertir, de evitar. Eso también es valentía. Eso también es amor propio y
por la vida.
Desde mi espacio, no me siento exento de haber fallado, pero sí comprometido a
ser mejor. A hablar más. A escuchar más. A estar más. Porque quizá no hay
fórmula perfecta para evitar los errores, pero sí hay caminos para acompañar,
para formar, para influir y para confiar. Y ese, creo yo, es el mayor acto de
responsabilidad que podemos ejercer hacia quienes amamos.