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Curiosamente quien señala una falta o denuncia una injusticia suele ser visto como
    exagerado. La intolerancia ante el engaño y la falta de ética se interpreta erróneamente

    en unos casos como rigidez o exageración y en otros como debilidad, cuando en realidad
     es un acto de fortaleza y responsabilidad. No se necesita valentía para dejar pasar una

       mentira, una estafa o un trato injusto; la verdadera valentía está en enfrentarlos. Sin

    embargo, vivimos en una sociedad que, en su afán por evitar la incomodidad del conflicto,

                          prefiere callar antes que incomodar al que transgrede.



























        El problema es que esta tolerancia selectiva no se detiene en lo pequeño. Una falta
       ignorada abre la puerta a la siguiente. Un abuso minimizado da permiso para que se

    repita. Así, la violencia, el engaño y la falta de integridad crecen hasta que su impacto es

     imposible de ignorar. Nos alarmamos ante los actos violentos, el terrorismo, los grandes
      escándalos de corrupción o los actos de abuso de poder, pero rara vez reflexionamos

                  sobre el largo camino de omisiones y silencios que los hizo posibles.

        Desde mi espacio, asumo la responsabilidad de romper este ciclo. No basta con ser

    honestos en lo individual; es necesario promover la honestidad en nuestro entorno. No se
    trata sólo de cumplir con las normas legales, sino de vivir bajo principios de respeto, ética

      y justicia. La moral y las buenas costumbres no son reglas obsoletas ni exigencias sin

                   sentido; son el tejido que mantiene la armonía de una comunidad.

        Es fácil pensar que nuestras acciones son individuales, que nuestras decisiones nos
             afectan sólo a nosotros. Pero en realidad, nuestros espacios se intersecan

      inevitablemente, formando un espacio común en el que cada acción –o inacción– tiene

    consecuencias. Cuando permitimos que el abuso, la trampa o la corrupción se instalen en
    nuestra realidad sin hacer nada al respecto, estamos alimentando un problema que tarde

                                            o temprano nos alcanzará.

     Por eso, no basta con ser espectadores. La responsabilidad es actuar de manera ética e

     íntegra, y hablar o intervenir cuando es necesario. Porque cada vez que ignoramos una
    falta, estamos contribuyendo a un entorno donde la deshonestidad se vuelve costumbre y

       la impunidad se transforma en norma. Y cuando eso ocurre, todos pagamos el precio.
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