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Pero al llegar al kilómetro 35, mi cuerpo empezó a sentir el cansancio.
Intenté imaginar esas escenas en mi cabeza, pero no surgía ningún efecto.
Entonces, tuve que llamar a mi hermano menor; necesitaba un poco de
fuerza. Le llamé y me recordó esa canción que nos dedicábamos como
hermanos: “Ain’t No Mountain High Enough”. Me di cuenta de que no
estaba sola y estaba decidida a completar este maratón tan ansiado.
Eso me dio fuerzas para avanzar y llegar al tan esperado túnel del Estadio
Olímpico. Ya no había sol, solo luces azules y, a lo lejos, un sol
resplandeciente que marcaba el final del túnel, es decir, la meta.
Y así fue como llegué a la meta de mi primer maratón. Disfruté cada
centímetro, reí, lloré de felicidad, y me sentí la persona más orgullosa del
mundo. Fue algo tan íntimo conmigo misma que hasta este momento no sé
describirlo con palabras, pero me hizo querer correr más maratones.
A lo que voy con todo esto es que la ignorancia en mi primer maratón fue
mi felicidad. No tenía presión de tiempos, de gadgets, de NADA. Solo una
gran cita conmigo.
Espero y deseo que todos vivan así su primer maratón.
Lic. Cecilia Estefanía Ceja Pinto