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Llegó el momento, mi hora de salida. Recuerdo el ambiente festivo, la música, y
cada persona que volteaba a ver me sonreía. Pensaba: "Qué agradables sujetos".
De repente, escucho a varias personas decir: "La ruta es muy pesada" y "Van 5
veces que lo hago". Yo pensaba: ¿Qué? ¿Además de correr, debo preocuparme por
la ruta? ¿Cómo es que alguien ha hecho esto tantas veces? Seguro es fácil para
ellos. (Nada más alejado de la realidad).
Algo en mi cabeza empezó a decir: "Oh, oh, creo que te faltó conocer más sobre
esto". Pero mi actitud era de curiosidad, de querer contarle a mi familia cómo es
un maratón. Quiero destacar que nadie en mi familia había completado uno, así
que yo sería la primera.
Por fin, dan el famoso disparo de salida y me aventuro en la ruta. No sé quiénes
conozcan la bella Ciudad de México, pero al pasar por la Alameda, vi el amanecer.
Fue algo hermoso; para mí, la Ciudad de México es mi favorita en el mundo. En
ese entonces conocía ciertas partes, pero no me ubicaba del todo. Solo sabía que
mi familia me vería en Masaryk, así que iba expectante de cuándo los vería.
Pasé por Reforma, a la altura de la Estela de Luz, y pensé: "Bueno, ya casi llego a
ver a mi familia". Pero aún faltaba bastante. Seguía en modo turista, sin reloj y sin
música para poder escuchar si mis papás me gritaban. Así que iba saludando a
todos los de la porra y leyendo sus carteles.
Por fin llega el primer punto y veo a mi familia. Ahí sentí por primera vez lo que es
el subidón de energía humana: ver a tus seres queridos en la ruta te da algo que
te hace continuar y continuar.
Yo seguía corriendo y sabía los kilómetros por las señales en la ruta. De repente,
algo inesperado: me acercaba al Museo Soumaya cuando escucho mariachis.
¿Qué? ¡Sí, un mariachi tocando por Plaza Carso!
Luego, sigo mi recorrido y pensé: "Oh-oh, quiero entrar al baño". Descubrí que
solo eran mis nervios, pero supe que había baños disponibles en la ruta.
Después del kilómetro 25, sabía que no vería a mi familia hasta el final. Así que
continué con mi curiosidad y entusiasmo. Llegué al kilómetro 30 y pensé: "¿Qué?
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?" Ya el sol pegaba fuerte. Mi mente se enfocaba
en esas imágenes que tanto había imaginado de llegar a la meta, de sonreír y
sobre todo terminar en el Estadio Olímpico. Esas imágenes me daban energía.