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ponerse ante otros, fuertes al ganar los enfrentamientos y
machos se autonombran al ser conquistadores de las niñas,
son voluntariosos y pretenden dominar las situaciones en el
que el dilema se hace presente.
En edades tempranas, al llegar a las escuelas podemos
identificar ese chip que ya la familia le asignó, es el varón, el
orgullo de papá, el gallo de la familia, el líder, el valiente, el
ganador, el que resuelve, el que dirige, socialmente ha sido
etiquetado como “hombre” respecto a cómo la sociedad lo
identifica, pero más allá del estereotipo y los prejuicios está
la descendencia, la herencia genética esos rasgos que de
manera natural fluyen en él aún sin que se tenga contacto
directo con familiares o prácticas de crianza de sus
antecesores, esta ahí el temperamento, la personalidad, el
físico, el carácter, sus acciones, incluso la manera en como se
impone ante situaciones cotidianas en la vida escolar, ahí
esta el “hombre”, claro en menor tamaño, y es ahí cuando
por fin sentimientos como el sometimiento, la impotencia, la
contención, el dominio, la autoridad, el doblegarse, el tener
que mostrar a petición de otros, el sentirse expuesto,
reprimido, domado o dominado por el simple hecho de tener un
menor tamaño que una mujer, su maestra, o su mamá, su
abuelita, su tía, etc. Cuando nosotras las mujeres más
grandes que él le despertamos estos pensamientos o
sensaciones entonces comenzamos a incubar el desarrollo de
un machista hasta que su estatura física le de la
oportunidad de mostrar el hombre que hay dentro, o
mientras eso pasa buscará una personita más débil que él

